
El verano no sólo trae buen tiempo sino también bicharracos de dos ruedas que se han tomado las calles del barrio como si se tratara de un circuito de “Moto GP”. Al principio llegaron cuatro, venían de la otra punta del distrito, buscando un lugar donde probar sus motos recién compradas por “papi, mami” ya que en su barrio no molaba por que molestaba a sus vecinos. Se adueñaron de los bancos de un parque infantil situado debajo de casa. Aquel lugar era perfecto para su base de operaciones. Podía aparcar, ocultarse de la poli, arreglar sus motos muy de madrugada y sobre todo traer a sus pibillas para vivir todos juntos en armonía. Cuando los contemplabas a veces se comunicaban gruñendo y otras mediante el uso de la telepatía. Lo pero de todo era cuando ponían en marcha las motos para calentarlas antes de la carrera. Las aceleraban hasta que parecían que iban a estallar, una, dos, hasta cien veces. Al principio los vecinos no decían nada. Eso a ellos les molaba. No tenían a nadie en contra y podían hacer el ruido que les diera la gana, tocar palmas y cantar canciones de Camela al mismo tiempo. Los cuatro se convirtieron rápidamente en seis y en menos de una semana los seis dieron paso a veinte. Era como sufrir una plaga de la langosta pero sin cosecha. Lo peor no era su presencia, sino el ruidito de marras de las motos. Sobre todo cuando se dedicaban a subir y bajar 657657 veces por la calle con el único motivo de competir que moto era la más potente y rápida y, de paso, joder la marrana a los agradecidos de los vecinos fuese la hora que fuese, aunque con especial predilección por las altas horas de la madrugada. Entonces si que comenzaron a rebotarse los vecinos. En un principio se llamaba a la “Guardia Urbana” o a los “Mossos de Escuadra”, ante todo había que ser cívicos como marcan los cánones. Pero aquello no sirvió de nada. Los moteros o bien desaparecían o dejaban las motos aparcadas para que, cuando los guardianes de la ley llegaran se encontraran un barrio silencioso como había sido un par de meses antes. Una vez los coches patrulla desaparecían las motos volvían a las andadas, con el aliciente de pute

Cuando algún vecino trataba de sobrepasarse, cosa que sucedió, los niñatos hacían del uso del móvil y allí aparecía el “primo de Zumosol” disfrazado de papichulo. Algunos llamaban a la policía para denunciar a los vecinos, otros hacían uso de la fuerza bruta llegando incluso a amenazar de muerte a más de uno de los allí presentes. Una de las victimas de dichas amenazas fue la presidenta de mi escalera. El padre de uno de estos simios entró en la finca, la agarró del cuello, le levantó el puño y amenazó con matarla allí mismo. Hubo juicio. Rápido. Ganó la vecina. La pena pagarle 30 euros por daños y prejuicios. Eso sí, una vez fuera va y se le acerca un familiar del niñato y le dice que la amenaza aun está en pie y que no se piense que el niño va a dejar de venir al barrio. Ahora para joder, van a venir muchos más. Y vaya si fue así. Llegaron más, y no só

2 comentarios:
En un barrio de por aquí estuvo a punto de pasar lo mismo. Había un banco en el que empezaron a reunirse unos mozos a hacer el botellón.
La solución de los vecinos fue arrancar el banco, y por increible que parezca los zulues no volvieron.
El problema de los bancos es bueno pero estos pasan de bancos. Tienes medio muro de ladrillos para sentarse y lo hacen cuando les apetece. Cuando llueve se meten debajo de las balconadas. Estamos esperando que llegue el invierno para que con el frio se larguen por que estos ni currar ni estudiar. Son los tipicos parasitos que viven de sus padres por el resto de sus vidas.
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